Igual que la comida, la educación debe ser sana y sabrosa a la vez, es decir, debe satisfacer nuestras necesidades básicas y conseguir que disfrutemos, porque si no nos ayuda a crecer como personas y no nos emociona, no cumple con su principal cometido.
Hace un tiempo escribí un artículo La receta de la buena educación donde comentaba que los ingredientes para hacer un buen “caldo educativo” son: vocación, profesionalidad y un buen puñado de entusiasmo. Afirmaba, también, que el secreto para educar bien es el mismo que para hacer un buen plato: innovar y mezclar los ingredientes de la forma adecuada haciendo que juntos se realcen más sus cualidades que cuando están por separado.
Una de las grandes cuestiones de la educación actual es aprender a hacer maridajes entre distintas prácticas pedagógicas. Para planificar bien una clase, o cualquier acto educativo, por ejemplo, debemos mezclar un poco de inteligencias múltiples con un mucho de aprendizaje significativo y competencial aderezado con el toque justo de inteligencia emocional y deiniciativa emprendedora. Con estos ingredientes conseguiremos que nuestros alumnos establezcan relaciones, que se atrevan a replantearse lo convencional para dar respuestas creativas, que no tengan miedo al fracaso, que sean capaces de adaptarse a situaciones cambiantes…
Para ser un buen docente no es necesario ser Ferran Adrià. Pero sí que es conveniente tener su actitud para replantearse lo establecido y buscar nuevas maneras de hacer las cosas. Los docentes deben estar siempre dispuestos a replantearse su praxis, analizarla, evaluarla y ver qué se puede mejorar, qué da mejores resultados y en qué situaciones lo hace.
Hay docentes que por convicción o por desidia deciden no complicarse la vida y darle a sus alumnos solo aquello que les gusta. Pero no podemos alimentarnos exclusivamente de patatas fritas y hamburguesas, debemos comer de todo de una manera equilibrada. Lo mismo sucede en nuestras escuelas: no podemos utilizar un solo recurso ya sean TIC, libro de texto o cualquier otro: en la variedad de recursos reside la clave del éxito.
De lo que estoy convencido es de que una buena forma de preparar una clase es plantearla como un menú:
- Entrante: Algo ligero, que motive y predisponga a nuestros alumnos para el aprendizaje.
- Primer plato: Es el momento álgido, donde se realiza el trabajo del contenido más básico.
- Segundo plato: Algo más ligero pero que complemente al plato principal.
- Postre: Acabar con algo dulce, sabroso, que deje buen sabor de boca y facilite la asimilación de lo trabajado.
Pero quizás lo más importante que deben aprender los docentes de los cocineros es que hay que educar con los cinco sentidos con los que nuestros alumnos se relacionan con el mundo. En la escuela tradicional se ha priorizado el oído y un poco la vista, olvidando por completo el tacto, el gusto y el olfato. Si tuviéramos en cuenta esto, posiblemente conseguiríamos hacer una educación mucho más rica y con fundamento.