En el mundo de hoy
todos parecemos estar participando en una competencia para ser el más rico, el
más inteligente, el más guapo, el más exitoso… El orgullo hace que muchas
personas busquen esas metas, se crean superiores a los demás y cometan una
serie de equivocaciones: creen que lo pueden todo, imponen sus decisiones y
desprecian a las otras personas. Es un mal que puede ocurrir en la casa, con la
familia, y en el trabajo, con los compañeros. También ocurre en las escuelas y
colegios: en cada una de ellos hay niños y niñas presumidos porque son los más
aplicados y los mejores deportistas, o porque sus papás tienen tal y tal cosa.
Esa actitud de soberbia es contraria a la generosidad, la empatía y la amistad
porque impide comprender a los demás y les hace pensar que no necesitamos de
ellos. Por otra parte, frena el crecimiento personal: cuando creemos que lo
sabemos y lo podemos todo, dejamos de esforzarnos para alcanzar nuevos logros.
El remedio a esos
peligros es el valor de la humildad que consiste en reconocer que no somos
“los mejores del mundo”, en aceptar nuestros defectos y reconocer las
virtudes de los otros. En ese intercambio a veces nosotros somos el
ejemplo a seguir y a veces lo son ellos. Sumando nuestras virtudes, podemos
corregir juntos nuestros defectos. Por eso, nuestra propuesta es un trabajo
situado, cooperativo, dialógico, donde cada uno brinda lo mejor de sí para
alcanzar metas.
La humildad va de la mano con la sencillez que nos enseña
a valorar las cosas simples, por ejemplo, la naturaleza, las pequeñas alegrías
de cada día, las expresiones de afecto de nuestros amigos y los logros que
obtenemos. Muchas personas dejan de apreciar eso y se sacrifican buscando una
vida llena de supuestos atractivos como los viajes, los bienes materiales y las
constantes diversiones. Nada de eso es garantía de la felicidad, ni asegura el
bienestar, ese camino es sólo un laberinto donde cada vez se buscan cosas más
raras y complicadas que nunca nos satisfacen y en ocasiones puede llegar a ser
la puerta de entrada a graves problemas
Una persona
sencilla es una persona abierta, dispuesta a aprender, que se sorprende con lo
que le aportan los demás. Al liberarse de las barreras del orgullo, es capaz de
disfrutar y valorar en su medida la riqueza del mundo.
Tú puedes expresar la humildad y la sencillez
de mil maneras: habla de forma clara y da la palabra a los demás, no intentes
aleccionar a tus amigos, no presumas lo que sabes o lo que tienes con personas
que están en desventaja, viste con ropa sencilla, entrénate en tareas como
lavar y barrer, adquiere sólo lo necesario y evita ser caprichoso. Con estos mínimos cambios serás
cada día más sencillo y despertarás el cariño y la comprensión de los demás. Tu
máximo orgullo será ayudar a los otros y tu mayor muestra de humildad, pedirles
su ayuda.
Es necesario que
todos los adultos apoyemos a nuestros hijos para que podamos sentirnos una
verdadera FAMILIA TERESIANA. El hogar es el laboratorio para construir hombres y mujeres humildes, y
los adultos responsables deben considerar esta tarea como una de sus misiones
más importantes. Formar una familia
y mantenerla unida es un acto de amor y de compromiso, pero también un acuerdo
práctico de ayuda mutua. En ese acuerdo es fundamental conocer y reconocer las
limitaciones de sus integrantes, pero también las propias, y trabajar juntos para
superarlas eliminando la ofensa, el desprecio y el autoritarismo. Deben
evitarse las críticas de un miembro frente a los otros, las comparaciones que
busquen devaluar, pero también los elogios desmedidos o fuera de lugar. En ese
proceso, adultos y mayores aprenderemos que tenemos ciertas capacidades y
carecemos de otras, pero que estamos juntos en un esfuerzo común en el que
resulta indispensable reafirmar a los otros miembros en lo que realmente valen.
NIÑO/A, AMIGO/A DE JESÚS:
Cuando
alguien te critique de una manera respetuosa escucha con atención y piensa qué
parte de esa crítica puedes aprovechar.
Procura ser siempre sencillo y
accesible con los demás: no presumas de lo que tienes; no finjas o simules ser
lo que no eres.
Cuanto más auténtico seas, más ganarás el cariño de la gente.
Aprecia cada palabra y actitud de quienes te rodean.
Cada persona, por sencilla
que parezca, tiene algún conocimiento o facultad de los que tú careces.
Intégrate a un trabajo comunitario sencillo que vaya en contra de la idea común
de orgullo. Por ejemplo, recoge basura en la calle, de tu aula, del patio.
Comparte con el que no tiene…TÚ PUEDES!!!
Carolina